Ciudad de México, 1964. Explora diversos medios, conceptos y materiales, girando siempre en torno de una preocupación constante por la naturaleza, sus procesos y sus formas, y por las configuraciones espaciales y materiales que asume y abandona en su estado de constante transitoriedad. En años recientes, su producción ha borrado la frontera entre los componentes humanos y no humanos de la naturaleza, incluyendo nuestro cuerpo y las partes que lo constituyen. Su producción se mueve libremente entre una visión microscópica y cartográfica de su tema, reforzando así la sensación o sentido de imbricación física e identificación del espectador con la obra.
Aguacero es una versión de una obra que tiene cierta historia. Su antecesor más lejano pertenece a un proyecto titulado De nubes y lluvia, torres de agua, una especie de homenaje a las montañas en su papel de proveedoras de agua del planeta. En este proyecto nació Lluvia (2002), una obra que consta de seis hilos de cuentas de porcelana que forman largos collares que se suspenden de techo a piso. Trece años más tarde nace la segunda versión de esta línea de trabajo que se realizó para el Pabellón de México en la Feria Universal “Expo Milano 2015”, en el que el tema fue la alimentación del planeta. En este caso la Lluvia la realizó con miles de larguísimos collares que se iluminaban en una gama de colores tierra y agua, y en el que algunos hilos eran elevados por motores para bajar rítmicamente y formar meandros y formas serpentinas sobre un espejo de agua. La tercera versión se instaló en “Casa Principal”, en el Puerto de Veracruz. Esta vez formando cortinas que dividían el espacio a manera de biombos. La cuarta y última exploración de esta genealogía de obra, Aguacero, está determinada, como todas, por el espacio que la contiene. Un espacio que la comprime y densifica, como sucede con los hilos de agua en un cerrado, repentino y abundante aguacero.